Cuando en 1983 Alfonsín --no la UCR-- ganó las elecciones, nos conmocionó a nivel político pero también personal y familiar.
Recibimos la noticia en una Unidad Básica donde nos reunimos a esperar resultados: recuerdo a un compañero en pedo enterándose de la derrota al grito de "esto es un fraude histórico, hic!, hic!, hic!". También a otro cumpa de Intransigencia y Movilización, un grupo afín a lo que quedaba de Montoneros en 1983, o sea nada serio, que con lágrimas en los ojos me dijo aquella noche: "Y cómo le pedís ahora a la oligarquía que se investigue a sí misma...", algo que suena medio raro hoy. Pero bue, así eran aquellos tiempos.
El lunes posterior a las elecciones, conocido el resultado --yo trabajaba en Laboratorios
Hoechst, en el departamento de ventas, que estaba ubicado en pleno centro--, pasamos con mi amigo "La pepona" Clericci -hoy un lacaniano casi sexagenario, jejeje- frente al obelisco: allí una multitud seguía los computos finales y saludaba el triunfo de Alfonso (así le decíamos), vivando a la democracia, la libertad y, con esas contradicciones típicas del pensamiento republicano argento, bramando un suculento
"olelé, olalá, son todos bolivianos, no tienen que votar...". En fin, la
legitimidad fragmentada de la que habla hoy Lilita con alegre rencor ya estaba dando vueltas en 1983, y estimo que siempre ha estado y estará presente en el país, es parte de "el ser nacional".
Sin embargo, la furia alfonsinista de aquellos días rojiblancos desbordaba lo político y se metía en nuestras casas. Las anécdotas familiares pintan bien el clima de entonces.
Al enterarse de los resultados de la elección, mi esposa
Coto, tuvo un repentino ataque de alergia por el disgusto sufrido, que la tumbó en cama una semana. Antihistamínicos a rolete, líquidos, reposo absoluto! En el mismo momento mi suegra también caía en cama con alergia….pero por la alegría del triunfo de Alfonso! En esa época, Soledad, mi hija, iba al Jardín de Infantes "Copo de Nieve" de Villa Crespo, donde todos sus compañeritos saludaban con el clásico "abrazo" alfonsinista que ilustra este post, a quien quisiera verlos. Recuerdo que su maestra nos llamó presurosa para comentarnos lo que consideraba una simpática extravagancia de Soledad: frente al grito unánime de
"Alfonsín!", con el que desbordantes de alegría respondieron sus compañeros cuando les preguntaron
"y en sus casas a quién votaron chicos ?", mi hija ¡de tres años y medio! dejó pasar el vendaval de gritos y cuando se hizo silencio, contra la opinión de todo el grupo mandó:
" No, en mi casa no, en casa votamos a Perón". Silencio profundo y sorpresa para todo "Copo de Nieve", maestros y compañeritos..., una rara avis en la Villa Crespo del 83, Soledad y su "voto" al pochex!
Pasó el tiempo y el gobierno de Alfonsín resultó muy contradictorio. Con Grispun en el ministerio de economía y el juicio a las juntas ganó nuestra simpatía. Después no sé, como que todo se desbarrancó. Yo personalmente lo sufrí mucho, intentaba independizarme de los laboratorios donde laburaba y Alfonso me fundió dos veces. Lo criticábamos con Lozano desde la ya antológica
Revista Unidos, la más de las veces con argumentos pobres, medio traídos de los pelos, la verdad. Pero todo se transformó paulatinamente en un caos, sostenido en un desmanejo económico absoluto. Marchamos mil veces junto a Saúl Ubaldini por reclamos salariales y contra la
ley Mucci. Recuerdo que una noche, puteando frente al congreso, veo pasar a María Elena Walsh, entonces férrea defensora del gobierno radical; le hice señas para que se detenga, ella paró el coche donde venía. Le advierto, naif e indignado: "Esta ley es una intervención del estado en los sindicatos, es una verguenza!", y la gran María Elena, que se había dignado parar y contestarnos, se despachó con un mensaje no menos ingenuo:
"Y pero a los trabajadores hay que ayudarlos, solos a veces no pueden democratizar los gremios...". Así se pensaba entonces, todo muy elemental, pero igual Alfonso nos quedó.
Años después conocí personalmente a Raúl Alfonsín en 1995, creo. Lo visité en su departamento de la calle Santa Fe, donde hasta hoy vive muy austeramente. Nos recibió en persona, a nosotros, un par de cuatro de copas que le llevamos no sé qué encuesta sobre provincia de Buenos Aires. La estudió, la revisó profusamente, preguntando y, finalmente, agradeció: "Veo que trabajaron mucho, muchachos" . Tras cartón saludó con afecto a cada uno y nos acompañó él mismo hasta el ascensor. Él abrió la puerta y palmeó la espalda de cada uno. Quedé muy impresionado. Inmediatamente recordé mi visión del General Perón, asomado y saludando yo sentía que a cada uno, en el balcón de la casa de Gaspar Campos en noviembre de 1972 y luego, su estampa ya pétrea, pero esta vez mirándonos sin ver, desde los balcones de la CGT. Otras dos grandes visiones, a su manera dos "encuentros", que marcaron mi vida.
Bueno, después la travesía de Raúl es más reciente y conocida..., y un poquitito horripilante. Pacto de Olivos con la bestia de Anillaco, la nefasta Alianza, el 1,5% de Moreau, el Coti siempre ahí como the dark side of..., qué sé yo.
Lo cierto es que ayer lo vi por tele en una pantalla gigante, sacando fuerzas donde sólo él puede..., no recuerdo qué dijo, no importa. Para mí era Alfonso, de nuevo, ofrendándose ahora en su partida a un grupete de oportunistas que no le llegan a los talones. Pero Alfonso no es inocente, los deja mordisquear sus vísceras, se sacrifica en el altar de sostener la democracia que le debe tanto y que, eso sí, para Raúl no puede ser siquiera
pensada, sin darle otra oportunidad, y otra y otra y otra y otra a la vapuleada UCR, un partido ya de mil años, pero que representa muchos más. No sé si lo lograrán, es muy difícil. Es como intentar resucitar a Creedence ya sin
Fogerty, no lo veo. Pero igual, un saludo al gran Alfonso, que para colmar de contradicciones mis afectos, nació el mismo día y año que mi finado padre. Es mucho eso.